viernes, 5 de diciembre de 2014

Notas históricas: Un recorrido por la primera mitad del s. XX

Artículo de la revista “Annales d'histoire sociale et d'autres choses impossibles“ por el profesor emérito en Historia Contemporánea y Relaciones Internacionales Theodorán Nadaud, Universidad de Nantes, 5 de Enero de 1956.


Hay un tiempo reciente en la historia de nuestro siglo, este s. XX, en que personas y naciones vivieron profundas transiciones, traumáticas y fascinantes. Todos verán sus religiones agrietarse por la presión de la medicina moderna, la magia mecánica, el hallazgo de cientos de dioses no cristianos, el hedonismo en forma de consumo o por las revoluciones germinadas en el rojo de las ideas y la sangre. Mi compañero P. Burke tiene mucho que contar sobre estos elementos y más. Los mismos Imperios sufrirán una rotura de aguas para dar nacimiento a guerras, colapsos, usurpaciones, y a la vez criaturas supranacionales, nuevos Estados y reglas en medio del pandemónium internacional. No podía ser menos con el resto. Así, los conflictos entre naciones e imperios se vuelven apocalípticos, imposibles a la imaginación; los campesinos, desde los bourgs de la Picardía a las aldeas de la Anglia Oriental siguen abandonando sus ásperas azadas para iniciar, en un trance de promesas, su dura vida en las abigarradas y sucias ciudades. Con bastante solidez se conoce la intervención de un curioso Gorro en importantes hechos de esta tormenta histórica. Formidablemente respecto a épocas anteriores, el Artefacto adquiere la naturaleza acelerada de este siglo, convulsa, cambiante; de ahí los periodos de relativa brevedad con cada nuevo dueño y nación.


Las toneladas de documentación disponible, suficientes para ocupar varias vidas, han permitido concretar cómo y dónde influenció este Gran Gorro. Los falsos testimonios y la destrucción deliberada de fuentes me obligarán a un ejercicio de especulación en determinados momentos, nada de lo cual debe tomarse como trabajo íntegramente profesional en este texto. No quiero defraudar a futuros investigadores: la documentación es tan abundante como intrazable a la lógica común. Por eso, amablemente ofreceré en privado la compleja metodología desplegada en mis trabajos para inferir la pista invisible del Gran Gorro. Los testimonios orales fueron localizados gracias a este sistema y al trabajo muy duro de mi hermosa compañera de departamento Edna, tan buena políglota como excelente comunicadora. El gorro como tal ha tenido diversos nombres, descripciones, dueños, estilos y caracteres, ha sido catalogado, especulado y recreado de múltiples formas. Y siempre es el mismo. Por comodidad, lo llamaré Gran Gorro para no darle falsas identidades múltiples.

Según pude encontrar en los fondos de la Universidad de Viena, muy rica en documentos de la Primera Guerra Mundial, el Gran Gorro intervino en el desencadenamiento de la misma. El asesinato de Francisco Fernando de Austria en 1914 por el entonces joven serbio nacionalista Gavrilo Princip no fue casual. La existencia de la organización nacionalista serbia Unificación o Muerte al parecer se benefició de un destino afortunado. Desde que Apis, uno de los principales conspiradores, fuera testimoniado como portador del artefacto, la influencia de esta organización no dejó de aumentar en la corte y en el parlamento serbio. Tras el asesinato de Francisco Fernando y su esposa, Gavrilo Princip fue detenido y el Gorro, préstamo de Dragutin Dimitrijević (Apis) al joven anarquista para ejecutar el regicidio, quedó aguardando en las dependencias de la comisaría general de Sarajevo. Apis moriría tres años después.


Como todos saben, los países de la Triple Alianza estaban peor dotados en muchos aspectos para hacer la guerra que la Triple Entente. Sin embargo, la batalla del Somme, donde murieron un millón de hombres valientes, obligó al imperio Alemán a sustraer recursos de cualquier tipo. Solo de ese modo puedo explicar el viaje del Gran Gorro desde Sarajevo a la cruel guerra de trincheras en la Europa Occidental. Los testimonios de soldados ya ancianos que pude entrevistar coinciden en sus versiones del Artefacto. Por tanto la pista es sólida. Según explican, mientras les observo nadar en recuerdos, el Gorro acompañó a muchos soldados jóvenes; especulan, con reverencia y una intuición aterrada en la voz, que sus compañeros perecían bien a las horas, bien a los pocos días de olvidar o perder aquel sombrero. La historia perfectamente coherente de un soldado francés lisiado, Erwan Vance, me ha permitido rastrear al último poseedor del mismo. Se trata de un ex-soldado amigo de Erwan, en la actualidad un inveterado profesor de literatura de la Universidad de Oxford, llamado John Ronald Reuel Tolkien, hombre de cierto renombre por sus investigaciones literarias y cuentos para niños.


La carta manuscrita del profesor Tolkien me historia sus recuerdos como sigue: primero, cómo quedó extrañado del estilo armónico, de su tejido etéreo; y cómo destacaba con modestia épica entre los abastos militares del almacén dónde encontró por casualidad el Gran Gorro. Explica en su escrito, emocionado por el trazo nervioso que adquiere su grafía, cómo después se inició un periodo maravilloso de creatividad, sorprendente para él mismo. Aunque la miseria, la muerte permanente y los nuevos horrores de esta primera guerra moderna no quedaron del todo ajenos a su creatividad desatada, desde ese momento empezó un torbellino inspirador donde únicamente cabalgaba a lomos de la genialidad, explosionando en relatos e ideas extraordinarias. No solo me remarca, sino me asegura el profesor Tolkien, este periodo fue el eje para edificar su legendarium, la cosmogonía de su actual producción literaria.

El Gran Gorro acompañó fielmente a este profesor de literatura durante su convalecencia por la terrible enfermedad de la bacteria Bartonella Quintana, la fiebre de las trincheras, a la que sobrevivió de forma excepcional. Sin embargo el Gorro se vio repentinamente, para tristeza del doctor Tolkien, en un inesperado viaje a Rusia, aliada de guerra en esos momentos de Francia. Para desaparecer solo fueron suficientes unas pocas horas de olvido en el carguero de un avión Nieuport 28 modificado para el transporte.

Estoy aún sorprendido de seguir su pista entre las convulsiones y dolores de parto de nuestra vecina Unión Soviética. Al parecer, debió de llegar en algún momento de 1917 e influenció de manera decisiva en el audaz empoderamiento de los bolcheviques. Empoderamiento súbito para hasta hacía poco una sección política tachada con mucho desprecio como “insignificante puñado de demagogos”. Notas apuntadas en los márgenes de las actas de las reuniones del Comité Central Bolchevique mencionan a veces como portador del Gorro a Zinoviev, en otras a Lenin y en ocasiones a Kámenev. El origen de esta confusión puede hallarse en el estilo audaz a las formas de la época o por el cambio de redactores. Indudable es que una figura de gran poder en el partido llevó consigo el Gran Gorro, ejerciendo influencia decisiva e impulsando los ya enrielados acontecimientos que precipitarían la Revolución de Octubre.

El enorme caos y la guerra civil rusa dieron un destino totalmente ignoto al Gran Gorro. Sin duda el artefacto se muestra sensible a las perturbaciones exteriores para luego desaparecer. No puedo ofrecer seguridad total al lector sobre la siguiente afirmación, mas es una explicación plausible. Los contactos de las élites de Wall Street con dirigentes de la Rusia presoviética para explotar los manantiales de petróleo del Cáucaso están en el origen del cambio de continente del Gran Gorro (como muy bien documenta el periodista ex-nazi Anton Zischka).

Sus ausencias son tan acentuadas como sus apariciones y no me fue difícil rastrear su impacto en la formación de la Sociedad de Naciones. Como es conocido por todos, este organismo precedió a nuestra recientemente formada Organización de las Naciones Unidas. La Sociedad de Naciones, el primer intentó de hermanar a todas las naciones, todos los pueblos del mundo y alejarlos del fantasma de la guerra, se alimentó de los Catorce Puntos de Wilson. La mente brillante tras este texto fue la del influyente político Edward Mandell House, poseedor del Gorro mientras dirigió un equipo asesor de 150 expertos para su redacción. Las memorias privadas de uno de estos asesores narra como Mandell asustaba con su comportamiento a los técnicos del texto. Apenas dormía y sin embargo su mente poseía una lucidez extrema, corrigiendo a decenas y decenas de supervisores todos los días; más aun, concertaba entrevistas en su despacho de madrugada para discutir durante horas flecos y aristas, ambigüedades y superposiciones. Finalmente presentó su documento al presidente Wilson, quien atribuyó el impresionante cruce de disciplinas del texto a su equipo, nunca a la influencia no humana del Gran Gorro.


Mandell House lo perdió en un día de intenso viento y poco tiempo después también perdió la gracia del presidente Wilson, removiéndole del cargo en 1919. Durante la década siguiente, conocida como los Felices Años Veinte, tengo numerosas referencias, de enorme interés, acerca de la influencia del Gran Gorro de forma brevísima e irreversible en distintas eminencias culturales de estos años. Como no es mi objetivo tratarlo aquí, citaré el afortunado encuentro de, entre otros, Fitzgerald (en A este lado del paraíso), el pianista Ellington, Walt Disney o William Haines. Encuentros de días, en ocasiones de horas, suficientes para dejar una marca profunda en la memoria de estas celebridades, no fáciles de sorprender por la naturaleza acelerada y llena de estímulos de su vida diaria. También sería para mí toda una oportunidad exponer el poderoso impacto del Gran Gorro en la caída de la República de Weimar, en la constitución de la Segunda República Española o en el descubrimiento por valientes exploradores del pozo de petróleo de Burgán, surtidor de un quinto mundial del maná negro con que crece nuestro mundo industrial. Sin embargo no es el objetivo de este breve artículo y lo cerraré con una de las últimas referencias del Artefacto, poco antes de su desaparición de la historia reciente.

He podido retomar las investigaciones donde justamente las dejó el profesor Heinrich E. Hofes, Catedrático de Estudios Indoeuropeos de la Universidad Humboldt de Berlín, tristemente fallecido poco antes del fin de la guerra. Me ha sido fácil recoger suficientes testimonios orales para garantizar cómo uno de los últimos poseedores del Gran Gorro fue el general soviético Iván Kónev. Este incansable gigante de testa tempranamente pelada ha tenido, quizá por esa naturaleza, una enorme afición por los sombreros. A pesar de la reciente muerte de Stalin las siguientes fuentes prefieren mantener el anonimato. Y estas voces en la sombra dicen que el asalto de Berlín, la caída de la capital del Imperio de los Mil Años fue a iniciativa, planteamiento y estrategia de Kónev. Tanto Stalin como Zhúkov fueron en algún momento persuadidos por los extremadamente brillantes planteamientos de Kónev, sus conjeturas audaces y sus demostraciones de ingenio militar aplastando un frente germano-nazi tras otro. Mis fuentes anónimas explican cómo se oían largas discusiones de Iván con Stalin y otros generales al mando de distintos frentes. Si nunca se ha reflejado la influencia del general Iván Kónev en tales hechos ha sido por motivos puramente políticos. Entre ellos, la necesidad de no hacer sombra a Josev Stalin ni revelar que la toma de Alemania descansó sobre la intuición militar de un solo hombre, un hombre extraordinario, un hombre siempre acompañado de un sombrero particular en sus escasos ratos libres.

Poco después el Gran Gorro desaparece bajo un intenso manto de misterio para no dar señas de su camino por el curso de la historia humana. De momento, solo de momento.


Nota de Virtudes Romero, cronista de Panjin Productions

El profesor Theodorán Nadaud y su compañera de departamento Edna desaparecieron de forma misteriosa dos años después cuando ejercían funciones diplomáticas en Iraq, en los meses del golpe de estado de Qasim en 1958. Con ellos se fueron los secretos de investigación del Gorro, pues al carecer de herederos directos, la Universidad de Nantes con los años terminó deshaciéndose de su abultada e ignorada documentación por problemas de espacio. De momento solo he podido localizar este artículo suyo, nunca publicado por problemas de financiación de la propia revista “Annales d'histoire sociale et d'autres choses impossibles, y lo he podido localizar gracias al atrevido nombre de la misma.


A día de hoy aún desconozco si el profesor Nadaud mantuvo algún tipo de contacto con el profesor Hofes, pero no hay ningún asomo de duda de que el objeto de sus investigaciones es el mismo, que no es otro que el perdido Gorro Mágico de Panjin, como él lo llamaba, capaz de atraer hacia su portador la Magia del Mundo. (...)

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