Artículo de la revista “Annales d'histoire sociale et d'autres choses impossibles“
por el profesor emérito en Historia Contemporánea y Relaciones
Internacionales Theodorán Nadaud, Universidad de Nantes, 5 de Enero de
1956.
Hay un tiempo reciente en la historia de nuestro siglo,
este s. XX, en que personas y naciones vivieron profundas transiciones,
traumáticas y fascinantes. Todos verán sus religiones agrietarse por la
presión de la medicina moderna, la magia mecánica, el hallazgo de
cientos de dioses no cristianos, el hedonismo en forma de consumo o por
las revoluciones germinadas en el rojo de las ideas y la sangre. Mi
compañero P. Burke tiene mucho que contar sobre estos elementos y más.
Los mismos Imperios sufrirán una rotura de aguas para dar nacimiento a
guerras, colapsos, usurpaciones, y a la vez criaturas supranacionales,
nuevos Estados y reglas en medio del pandemónium internacional. No podía
ser menos con el resto. Así, los conflictos entre naciones e imperios
se vuelven apocalípticos, imposibles a la imaginación; los campesinos,
desde los bourgs de la Picardía a las aldeas de la Anglia
Oriental siguen abandonando sus ásperas azadas para iniciar, en un
trance de promesas, su dura vida en las abigarradas y sucias ciudades.
Con bastante solidez se conoce la intervención de un curioso Gorro en
importantes hechos de esta tormenta histórica. Formidablemente respecto a
épocas anteriores, el Artefacto adquiere la naturaleza acelerada de
este siglo, convulsa, cambiante; de ahí los periodos de relativa
brevedad con cada nuevo dueño y nación.
Las toneladas de documentación disponible, suficientes para
ocupar varias vidas, han permitido concretar cómo y dónde influenció
este Gran Gorro. Los falsos testimonios y la destrucción deliberada de
fuentes me obligarán a un ejercicio de especulación en determinados
momentos, nada de lo cual debe tomarse como trabajo íntegramente
profesional en este texto. No quiero defraudar a futuros investigadores:
la documentación es tan abundante como intrazable a la lógica común.
Por eso, amablemente ofreceré en privado la compleja metodología
desplegada en mis trabajos para inferir la pista invisible del Gran
Gorro. Los testimonios orales fueron localizados gracias a este sistema y
al trabajo muy duro de mi hermosa compañera de departamento Edna, tan
buena políglota como excelente comunicadora. El gorro como
tal ha tenido diversos nombres, descripciones, dueños, estilos y
caracteres, ha sido catalogado, especulado y recreado de múltiples
formas. Y siempre es el mismo. Por comodidad, lo llamaré Gran Gorro para
no darle falsas identidades múltiples.
Según pude encontrar en los fondos de la Universidad de
Viena, muy rica en documentos de la Primera Guerra Mundial, el Gran
Gorro intervino en el desencadenamiento de la misma. El asesinato de
Francisco Fernando de Austria en 1914 por el entonces joven serbio
nacionalista Gavrilo Princip no fue casual. La existencia de la
organización nacionalista serbia Unificación o Muerte al
parecer se benefició de un destino afortunado. Desde que Apis, uno de
los principales conspiradores, fuera testimoniado como portador del
artefacto, la influencia de esta organización no dejó de aumentar en la
corte y en el parlamento serbio. Tras el asesinato de Francisco Fernando
y su esposa, Gavrilo Princip fue detenido y el Gorro, préstamo de
Dragutin Dimitrijević (Apis) al joven anarquista para ejecutar el
regicidio, quedó aguardando en las dependencias de la comisaría general
de Sarajevo. Apis moriría tres años después.
Como todos saben, los países de la Triple Alianza estaban peor
dotados en muchos aspectos para hacer la guerra que la Triple Entente.
Sin embargo, la batalla del Somme, donde murieron un millón de hombres
valientes, obligó al imperio Alemán a sustraer recursos de cualquier
tipo. Solo de ese modo puedo explicar el viaje del Gran Gorro desde
Sarajevo a la cruel guerra de trincheras en la Europa Occidental. Los
testimonios de soldados ya ancianos que pude entrevistar coinciden en
sus versiones del Artefacto. Por tanto la pista es sólida. Según
explican, mientras les observo nadar en recuerdos, el Gorro acompañó a
muchos soldados jóvenes; especulan, con reverencia y una intuición
aterrada en la voz, que sus compañeros perecían bien a las horas, bien a
los pocos días de olvidar o perder aquel sombrero. La historia
perfectamente coherente de un soldado francés lisiado, Erwan Vance, me
ha permitido rastrear al último poseedor del mismo. Se
trata de un ex-soldado amigo de Erwan, en la actualidad un inveterado
profesor de literatura de la Universidad de Oxford, llamado John Ronald
Reuel Tolkien, hombre de cierto renombre por sus investigaciones
literarias y cuentos para niños.
La carta manuscrita del profesor Tolkien me historia sus recuerdos como sigue:
primero, cómo quedó extrañado del estilo armónico, de su tejido etéreo;
y cómo destacaba con modestia épica entre los abastos militares del
almacén dónde encontró por casualidad el Gran Gorro. Explica en su
escrito, emocionado por el trazo nervioso que adquiere su grafía, cómo
después se inició un periodo maravilloso de creatividad, sorprendente
para él mismo. Aunque la miseria, la muerte permanente y los nuevos
horrores de esta primera guerra moderna no quedaron del todo ajenos a su
creatividad desatada, desde ese momento empezó un torbellino inspirador
donde únicamente cabalgaba a lomos de la genialidad, explosionando en
relatos e ideas extraordinarias. No solo me remarca, sino me asegura el
profesor Tolkien, este periodo fue el eje para edificar su legendarium, la cosmogonía de su actual producción literaria.
El Gran Gorro acompañó fielmente a este profesor de
literatura durante su convalecencia por la terrible enfermedad de la
bacteria Bartonella Quintana, la fiebre de las trincheras, a la
que sobrevivió de forma excepcional. Sin embargo el Gorro se vio
repentinamente, para tristeza del doctor Tolkien, en un inesperado viaje
a Rusia, aliada de guerra en esos momentos de Francia. Para desaparecer
solo fueron suficientes unas pocas horas de olvido en el carguero de un
avión Nieuport 28 modificado para el transporte.
Estoy aún sorprendido de seguir su pista entre las
convulsiones y dolores de parto de nuestra vecina Unión Soviética. Al
parecer, debió de llegar en algún momento de 1917 e influenció de manera
decisiva en el audaz empoderamiento de los bolcheviques. Empoderamiento
súbito para hasta hacía poco una sección política tachada con mucho
desprecio como “insignificante puñado de demagogos”. Notas apuntadas en
los márgenes de las actas de las reuniones del Comité Central
Bolchevique mencionan a veces como portador del Gorro a Zinoviev, en
otras a Lenin y en ocasiones a Kámenev. El origen de esta confusión
puede hallarse en el estilo audaz a las formas de la época o por el
cambio de redactores. Indudable es que una figura de gran poder en el
partido llevó consigo el Gran Gorro, ejerciendo influencia decisiva e
impulsando los ya enrielados acontecimientos que precipitarían la
Revolución de Octubre.
El enorme caos y la guerra civil rusa dieron un destino
totalmente ignoto al Gran Gorro. Sin duda el artefacto se muestra
sensible a las perturbaciones exteriores para luego desaparecer. No
puedo ofrecer seguridad total al lector sobre la siguiente afirmación,
mas es una explicación plausible. Los contactos de las élites de Wall
Street con dirigentes de la Rusia presoviética para explotar los
manantiales de petróleo del Cáucaso están en el origen del cambio de
continente del Gran Gorro (como muy bien documenta el periodista ex-nazi
Anton Zischka).
Sus ausencias son tan acentuadas como sus apariciones y no
me fue difícil rastrear su impacto en la formación de la Sociedad de
Naciones. Como es conocido por todos, este organismo precedió a nuestra
recientemente formada Organización de las Naciones Unidas. La Sociedad
de Naciones, el primer intentó de hermanar a todas las naciones, todos
los pueblos del mundo y alejarlos del fantasma de la guerra, se alimentó
de los Catorce Puntos de Wilson. La mente brillante tras este texto fue
la del influyente político Edward Mandell House, poseedor del Gorro
mientras dirigió un equipo asesor de 150 expertos para su redacción. Las
memorias privadas de uno de estos asesores narra como Mandell asustaba
con su comportamiento a los técnicos del texto. Apenas dormía y sin
embargo su mente poseía una lucidez extrema, corrigiendo a decenas y
decenas de supervisores todos los días; más aun, concertaba entrevistas
en su despacho de madrugada para discutir durante horas flecos y
aristas, ambigüedades y superposiciones. Finalmente presentó su
documento al presidente Wilson, quien atribuyó el impresionante cruce de
disciplinas del texto a su equipo, nunca a la influencia no humana del
Gran Gorro.
Mandell House lo perdió en un día de intenso viento y poco tiempo
después también perdió la gracia del presidente Wilson, removiéndole
del cargo en 1919. Durante la década siguiente, conocida como los
Felices Años Veinte, tengo numerosas referencias, de enorme interés,
acerca de la influencia del Gran Gorro de forma brevísima e irreversible
en distintas eminencias culturales de estos años. Como no es mi
objetivo tratarlo aquí, citaré el afortunado encuentro de, entre otros,
Fitzgerald (en A este lado del paraíso), el pianista Ellington,
Walt Disney o William Haines. Encuentros de días, en ocasiones de
horas, suficientes para dejar una marca profunda en la memoria de estas
celebridades, no fáciles de sorprender por la naturaleza acelerada y
llena de estímulos de su vida diaria. También sería para mí
toda una oportunidad exponer el poderoso impacto del Gran Gorro en la
caída de la República de Weimar, en la constitución de la Segunda
República Española o en el descubrimiento por valientes exploradores del
pozo de petróleo de Burgán, surtidor de un quinto mundial del maná
negro con que crece nuestro mundo industrial. Sin embargo no es el
objetivo de este breve artículo y lo cerraré con una de las últimas
referencias del Artefacto, poco antes de su desaparición de la historia
reciente.
He podido retomar las investigaciones donde justamente las
dejó el profesor Heinrich E. Hofes, Catedrático de Estudios Indoeuropeos
de la Universidad Humboldt de Berlín, tristemente fallecido poco antes
del fin de la guerra. Me ha sido fácil recoger suficientes testimonios
orales para garantizar cómo uno de los últimos poseedores del Gran Gorro
fue el general soviético Iván Kónev. Este incansable gigante de testa
tempranamente pelada ha tenido, quizá por esa naturaleza, una enorme
afición por los sombreros. A pesar de la reciente muerte de Stalin las
siguientes fuentes prefieren mantener el anonimato. Y estas voces en
la sombra dicen que el asalto de Berlín, la caída de la capital del Imperio
de los Mil Años fue a iniciativa, planteamiento y estrategia de Kónev.
Tanto Stalin como Zhúkov fueron en algún momento persuadidos por los
extremadamente brillantes planteamientos de Kónev, sus conjeturas
audaces y sus demostraciones de ingenio militar aplastando un frente
germano-nazi tras otro. Mis fuentes anónimas explican cómo se oían
largas discusiones de Iván con Stalin y otros generales al mando de
distintos frentes. Si nunca se ha reflejado la influencia del general
Iván Kónev en tales hechos ha sido por motivos puramente políticos.
Entre ellos, la necesidad de no hacer sombra a Josev Stalin ni revelar
que la toma de Alemania descansó sobre la intuición militar de un solo
hombre, un hombre extraordinario, un hombre siempre acompañado de un
sombrero particular en sus escasos ratos libres.
Poco después el Gran Gorro desaparece bajo un intenso manto
de misterio para no dar señas de su camino por el curso de la historia
humana. De momento, solo de momento.
Nota de Virtudes Romero, cronista de Panjin Productions
El profesor Theodorán Nadaud y su compañera de departamento
Edna desaparecieron de forma misteriosa dos años después cuando
ejercían funciones diplomáticas en Iraq, en los meses del golpe de
estado de Qasim en 1958. Con ellos se fueron los secretos de
investigación del Gorro, pues al carecer de herederos directos, la
Universidad de Nantes con los años terminó deshaciéndose de su abultada e
ignorada documentación por problemas de espacio. De momento solo he
podido localizar este artículo suyo, nunca publicado por problemas de
financiación de la propia revista “Annales d'histoire sociale et d'autres choses impossibles“, y lo he podido localizar gracias al atrevido nombre de la misma.
A día de hoy aún desconozco si el profesor Nadaud mantuvo algún
tipo de contacto con el profesor Hofes, pero no hay ningún asomo de duda
de que el objeto de sus investigaciones es el mismo, que no es otro que
el perdido Gorro Mágico de Panjin, como él lo llamaba, capaz de atraer
hacia su portador la Magia del Mundo. (...)
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